—¡Cuide sus palabras, señor Leeman! Recuerde que decir eso son palabras mayores —sentenció el abogado de Terrance, su tono firme, casi amenazante.
El ambiente estaba cargado de tensión. Deborah, furiosa, apretó los puños hasta que los nudillos se pusieron blancos.
La rabia brotaba de ella como si fuera una corriente imparable.
No podía creer lo que estaba escuchando, cómo todo su mundo se desmoronaba a su alrededor, como si una fuerza invisible hubiera arrancado el suelo bajo sus pies.
—¡Malditos! ¡Van a pagar por esto, Paz, ¡esto no va a quedar así! —gritó, su voz quebrada por la furia, mientras las lágrimas se acumulaban en sus ojos sin poderse detener!
Un silencio mortal se apoderó del lugar, y en ese instante, la figura de una mujer irrumpió en la sala como un huracán.
La puerta se abrió, y Amelia Carter apareció, caminando con paso firme, como si no temiera nada, ni a nadie.
David giró la cabeza rápidamente, la sorpresa reflejada en su rostro como un espejo roto. ¡Era ella!
La muj