Aldo y Mila regresaron a casa después de un día lleno de tensiones y preocupaciones.
La presencia de seguridad, que había sido ordenada por sus padres, estaba aún más palpable.
Aunque intentaron evitarlo, sabían que era necesario, pero el hecho de tener guardias vigilando constantemente fuera de su hogar les hacía sentirse incómodos, como si su vida ya no fuera propia.
La paz que alguna vez tuvieron se desvanecía lentamente, sustituida por un constante sentimiento de alerta.
Pero, los dejaron afuera de la residencia, nadie podía violar su intimidad.
Al entrar en la casa, Mila sonrió, intentando hacer que el ambiente se relajara un poco.
—Se le antoja algo a nuestro bebé, creo que es… ¡Chocolate! —dijo con una suavidad que solo ella podía transmitir, buscando que el estrés del día se disipara al menos un momento.
Aldo la miró, la gratitud en sus ojos por su presencia calmante, pero su mente no podía despejarse de las preocupaciones que lo atormentaban.
Sin embargo, al abrir la puerta, t