Mila y Mia llegaron a casa, sus corazones apesadumbrados por la noticia que acababan de recibir.
Al ver a Gabriel, sentado en el sofá, con la mirada perdida y la expresión vacía, su dolor era palpable.
La angustia en su rostro era tan profunda que incluso el aire alrededor parecía cargado de desesperación.
Mila no pudo evitar estallar en rabia. Acercándose a él, lo miró fijamente, sus ojos ardían de frustración y preocupación.
—Eres un tonto —dijo con una voz que, aunque cargada de reproche, también reflejaba el amor que sentía por su hermano.
No podía soportar verlo así.
—¡Mila! —exclamó Mia, alzando la voz, intentando calmar la situación.
Ella no quería que el enojo se apoderara de la sala.
Sabía que Gabriel ya estaba demasiado roto por dentro para recibir más recriminaciones.
Mila no cedió, la rabia seguía ardiendo en su pecho, pero su tono se suavizó ligeramente.
—Es la verdad, Gabriel. Eres un tonto, pero somos familia, te amamos, y no importa lo que pase, siempre estaremos aquí p