Arly dejó de grabar y su instinto de supervivencia se activó como un resorte. Corrió. Sus tacones resonaron en el suelo, pero no aminoró la marcha.
Bajó las escaleras de emergencia a toda velocidad, aferrándose a la barandilla para no caer. No miraría atrás.
¡Querían matarla!
El terror le oprimía el pecho, cada respiración era un suplicio. Su mundo entero se había desplomado en un segundo.
Cuando llegó al estacionamiento, sus manos temblaban tanto que le costó abrir la puerta del auto. Finalmente, lo logró, se deslizó en el asiento y giró la llave con un movimiento torpe.
Tenía que huir.
Pisó el acelerador sin control, saliendo del edificio como un alma en pena. Las luces de la ciudad parpadeaban ante sus ojos empañados por las lágrimas. Sus manos sudaban en el volante, su corazón latía como un tambor de guerra.
Todo fue una mentira.
Francisco. Su prometido. El hombre al que había amado. El hombre con el que soñaba compartir su vida. El hombre que quería verla muerta.
Las lágrimas surc