Paz intentó calmarse, creyó que era una broma, inhaló profundamente y, con una leve sonrisa en los labios, alzó la mirada hacia Terrance.
—¿Estás celoso? —su tono era juguetón, pero en su interior, el miedo aún persistía.
Terrance la observó fijamente, su mandíbula se tensó.
—Por supuesto que estoy celoso… —susurró, su voz cargada de posesión—. Porque tú eres mía.
Sin darle oportunidad de responder, la atrapó entre sus brazos, sujetándola con firmeza mientras su boca reclamaba la de ella con un beso hambriento.
No fue un roce dulce ni titubeante. Fue un beso de pura pasión, de necesidad, de un hombre que no estaba dispuesto a perderla.
Paz jadeó contra sus labios, intentando aferrarse a su autocontrol, pero su cuerpo la traicionó.
Se hundió en el beso, perdiéndose en el calor de sus labios, en la firmeza de sus manos que recorrían su espalda con urgencia.
Él la devoraba con cada caricia, cada roce, como si necesitara recordarle que le pertenecía.
Cuando Terrance separó sus labios, sus