Randall conducía en silencio, pero su mente era un torbellino.
Sentía la tensión en el aire, el peso del rechazo de Bianca como un muro impenetrable.
Apretó el volante con fuerza, robándole miradas furtivas, deseando verla sonreír como antes.
Pero ella estaba distante, con la mirada fija en la ventanilla, como si estuviera atrapada en un mundo donde él ya no tenía cabida.
Su corazón latía con miedo.
«No quiero perderte. No quiero perder lo que pudo ser, Bianca», pensó, sintiendo un vacío helado en el pecho.
El puerto se alzó ante ellos con toda su grandeza.
Las luces doradas del crucero titilaban en la distancia, reflejándose en el mar.
Subieron a bordo sin cruzar más que unas cuantas palabras cortas y secas.
Cuando entraron en la suite nupcial, Bianca se adelantó.
Observó la habitación con desinterés, mientras Randall cerraba la puerta tras ellos.
Por un instante, todo se sintió demasiado sofocante.
Entonces, ella rompió el silencio:
—Elige. ¿La cama o el sofá? ¿Cuál prefieres?
Randal