El eco de las campanas del Consejo Supremo aún resonaba en la mente de todos.
El fallo había sido dictado: Valle Rojo no podría reclamar a la Luna del Norte.
La decisión cayó como una tormenta sobre el gran salón de mármol.
Damián, el Alfa de Valle Rojo, apretó los puños, sus ojos ardiendo de rabia.
—¡Eso no fue lo acordado! —rugió, mirando directamente al anciano Thorne—. El Consejo prometió que, si los Juegos terminaban sin un claro vencedor, podría reclamar mi derecho de unión.
Thorne lo miró con la calma de quien ha visto demasiadas guerras nacer del orgullo.
—El Consejo cambia sus decisiones cuando la justicia lo exige, Alfa Damián. El Norte no será reclamado como un trofeo. La Luna Lucía deberá demostrar su fuerza… pero su libertad no está en debate.
Damián golpeó el suelo con el bastón de hierro que llevaba, su voz reverberando entre las columnas.
—Entonces haré que esos Juegos sean su ruina.
Lucía, al otro extremo del salón, sostuvo su mirada sin miedo.
—Podrás intentarlo. Per