El eco de los pasos resonaba en la gran sala de mármol del Consejo Supremo de Lobos.
Las antorchas danzaban a los costados, proyectando sombras que parecían observar desde los muros antiguos. Cada llama crepitaba con un sonido grave, como si acompañara el ritmo de los corazones tensos que llenaban el recinto.
Lucía caminaba al frente, con el porte erguido y el rostro sereno, aunque sus ojos oscuros revelaban la tormenta que se agitaba en su interior.
A su lado, Jacob avanzaba con pasos firmes. El alfa de Fuego Eterno había convocado la reunión de emergencia del Consejo esa misma mañana, apenas unas horas después de la última prueba de los Juegos, decidido a hacer pública su decisión antes de que los rumores se desbordaran.
Los ancianos los esperaban en semicírculo, sentados sobre tronos de piedra tallada.
Cada uno representaba a una de las manadas más antiguas, las que preservaban la ley y la tradición de su especie. En el centro, el anciano Thorne, de túnica negra y mirada acerada, a