El rugido del público todavía vibraba en las montañas cuando Dylan y Ronan retomaron la carrera.
El polvo del barranco aún les cubría la ropa, y la bandera sagrada ondeaba como una llama viva en la mano del beta del Norte.
Lucía los seguía desde la torre de mando, los ojos fijos en la pantalla principal.
A pesar del golpe, Dylan no había soltado la bandera.
Eso solo podía significar una cosa: seguían en competencia.
—¡Vamos, Dylan! —susurró ella, con el corazón acelerado—. ¡Hazlo por todos nosotros!
El quinto tramo era el más traicionero del circuito. Los caminos se estrechaban entre riscos y raíces, el aire era helado, y el terreno resbaladizo.
Aun así, los dos betas avanzaban hombro a hombro, su respiración sincronizada, sus miradas decididas.
—¿Estás bien? —preguntó Ronan entre jadeos.
—He tenido peores caídas —respondió Dylan con una sonrisa temblorosa—. Pero gracias por no dejarme morir frente a toda la manada.
Ronan soltó una risa breve.
—No podía permitirlo… tu Luna me habría d