El patio de entrenamiento apareció después del sendero de piedras que serpenteaba entre los árboles gruesos y antiguos. El sonido rítmico de pasos, gruñidos y órdenes llenaba el aire. Hombres y mujeres en ropas simples, sudados, cubiertos de polvo, se movían en perfecta sincronía. Los golpes eran precisos, los ojos atentos. Algunos estaban en forma humana. Otros, en forma de lobo, rodeaban al grupo como centinelas.
River se detuvo un momento, observando en silencio. Había algo hipnótico en cómo todos se movían como un solo cuerpo. Guerreros. Su manada.
—Seguiste entrenando todos estos años —murmuró con un tono casi reverente—. Esto está... impecable.
—Necesitaba estar listo para cuando volvieras —respondió Solomon, con una pequeña sonrisa—. Sabía que regresarías un día. Y cuando eso pasara, la manada debía estar lo bastante fuerte para merecer a su alfa.
—Solomon...
—No —lo interrumpió el otro, aún mirando a los guerreros—. Hablo en serio, River. Durante mucho tiempo, tuvimos mied