Unas horas después, Judith volvió a la habitación del alfa, esperando poder dar de alta al supremo. La doctora se acomodó las gafas en el rostro y suspiró al examinar de nuevo los datos en el monitor. Sus ojos recorrieron cada línea de información antes de posarse en River, que estaba sentado al borde de la cama, todavía con la bata hospitalaria abierta, revelando el pecho marcado por cicatrices y heridas casi completamente cerradas.
—Diría que es un milagro, pero… conociendo tu linaje, quizás sea solo... genética excepcional —dijo casi en tono de broma, aunque con un brillo respetuoso en los ojos—. Tu cuerpo regeneró en dos días lo que a cualquier otro lobo le llevaría semanas, quizá meses. Nunca vi algo así.
River sostuvo la mirada de la doctora con una ligera sonrisa en la comisura de los labios. Estaba más pálido de lo normal, los rasgos aún cansados, pero había fuerza en su postura.
—¿Y estoy libre, entonces?
—Oficialmente sí, aunque recomiendo descanso. —Se giró hacia Lyra, qu