Una semana después
Kael despertó con una incomodidad extraña en el cuerpo. La habitación estaba sofocante, y el olor dulzón de las dos omegas que dormían a su lado le revolvía el estómago. El sudor de ellas aún impregnaba las sábanas y su piel, pero no se molestó en levantarse de inmediato. Permaneció acostado unos minutos, mirando al techo como si eso fuera a resolver el peso en su espalda.
Suspiró con fuerza, apartando el brazo de una de las mujeres que lo rodeaba y se sentó al borde de la cama. Pasó la mano por el cabello despeinado, maldiciendo en voz baja. Estaba agotado, más de lo normal. Esa noche lo había drenado de una manera inusual, pero el orgullo de macho alfa no le permitía admitir ni siquiera para sí mismo que algo no andaba bien.
Se levantó desnudo, sin preocuparse por la vista que dejaba atrás. Tomó un pantalón oscuro del suelo y se lo puso sin prisa, ignorando el leve temblor en sus manos. Caminó hasta la puerta de su cuarto y la abrió, saliendo al pasillo frío y si