La luz de la mañana atravesaba las pesadas cortinas del cuarto alfa, pero no traía ningún calor consigo.
Camilla despertó con un sabor metálico en la boca y una sensación sofocante en el pecho. Su cuerpo estaba sudado, la respiración entrecortada. Cuando intentó incorporarse, un dolor agudo recorrió el lado izquierdo de su cuello, justo donde la marca de Kael ardía, palpitando como si estuviera viva.
Llevó la mano al lugar y sintió algo caliente.
Al mirar sus dedos, vio la sangre.
Pero no era roja.
Era negra.
Asustada, corrió hacia el espejo.
El reflejo que la encaró casi la hizo caer.
Su nariz escurría una sangre oscura y viscosa. Las comisuras de sus ojos también estaban manchadas, y la marca de la mordida… sangraba como si acabara de ser hecha. Alrededor, venas negras se expandían por la piel como raíces envenenadas, formando una red grotesca.
—¿Qué… qué es esto?! —gritó, tambaleándose hacia atrás.
Habían pasado tres días desde la boda y, con cada hora, se sentía más cansada. La