—No voy a obligarte a nada —dijo él, con la voz ronca y baja—. Pero quiero que sepas que, para mí, sería un honor poder ser tu compañero. No solo por instinto o por destino… sino porque yo quiero. Porque te elijo a ti, y porque estoy listo, Lyra, para amarte, para cuidarte, para ser todo lo que necesites… si me lo permites.
La respiración de ella se entrecortó un instante, pero no dijo nada.
Y tampoco se apartó.
La respuesta no vino en palabras.
Vino en la mirada intensa de Lyra, que se mantuvo atrapada en la de él, firme y temblorosa al mismo tiempo. Había una tormenta dentro de ella, y River lo vio. Podía sentir la duda, el miedo, y no la culpaba. No sabía exactamente lo que había pasado con Lyra, no en detalle, pero lo imaginaba, y eso solo lo hacía querer amarla más, cuidarla, mostrarle lo que un verdadero compañero debía hacer.
Fue él quien se inclinó, despacio, como si cada centímetro dependiera de un permiso silencioso. Cuando su boca tocó la de ella, no hubo vacilación.
El b