Capítulo 2: Te rechazo

Momentos antes

El aire estaba pesado en el bosque.

Las hojas danzaban en silencio bajo la brisa que anunciaba la caída de la noche, y los lobos de la manada ya se reunían alrededor del claro sagrado. La luna llena comenzaba a elevarse en el cielo, su resplandor plateado reflejándose sobre pieles y ojos atentos. Todo estaba preparado, todo bajo el control de Kael.

El alfa lo observaba todo desde arriba, de uno de los escalones de piedra que llevaban al altar de la bendición. Sus ojos dorados recorrían los alrededores con rigidez. Ninguna vela había sido olvidada, ninguna cinta mal atada. El baile de primavera estaba perfecto. Como debía ser.

Era el primer baile de primavera que celebraba como alfa; su padre le había entregado el título el año anterior, en otoño, y ahora finalmente encontraría a su compañera, si la diosa de la luna así lo quería.

—Está todo como pediste, Kael —dijo uno de sus soldados, inclinándose con respeto.

—Como ordené, quieres decir —respondió él, seco—. Puedes irte. Y quita ese arreglo horrible de la entrada. Quien ató las flores con liana seca debería ser castigado por atentado estético.

El soldado tragó en seco y se marchó a toda prisa. Kael suspiró; no estaba nervioso, no era ese tipo de hombre. Solo… inquieto. Desde la mañana, una extraña premonición lo acompañaba. Camilla había pasado la noche en sus brazos, como tantas otras veces, pero algo estaba distinto. Había soñado con su madre.

No era común soñar con ella.

El último recuerdo era la sangre corriendo por el vestido celeste. La piel pálida, los ojos abiertos, vidriosos. La boca todavía formando la palabra “corre”. Pero él no corrió, no tuvo tiempo.

Kael sacudió la cabeza, alejando el pensamiento. Aquello era pasado. Ahora era el momento de la bendición; Camilla se estaba preparando y pronto aparecería como la loba digna que era.

Fuerte, hermosa.

La futura Luna.

El sonido del cuerno ceremonial llenó el claro, silenciando los tambores. El fuego fue encendido en el centro y la anciana comenzó a caminar entre los escogidos, bendiciéndolos uno a uno. Kael se mantuvo firme, las manos tras la espalda, la mirada altiva.

Y entonces… sucedió.

Un aroma delicioso y familiar.

Rosas silvestres y menta.

Fuerte.

Inconfundible.

Cortando el aire como una flecha.

Sus ojos se entrecerraron, el pecho ardió. Sus manos temblaron imperceptiblemente: había llegado la hora, su compañera… Miró alrededor en busca de Camilla, estaba seguro de que era ella.

Camilla era la mejor en todo, la hembra más fuerte y digna. Pero no era Camilla quien estaba allí.

No.

Kael giró la cabeza despacio, siguiendo el llamado invisible que ardía en sus venas. Y entonces la vio: una joven caminaba hacia él, vestida de blanco, un vestido sencillo, los ojos muy abiertos, el rostro iluminado por una sonrisa tímida y esperanzada.

Una omega.

Una… sirvienta.

Por un segundo, todo se congeló. Kael sintió el suelo desaparecer bajo sus pies y, entonces, el recuerdo cayó sobre él como un rayo, cruel e inevitable.

Sangre.

Gritos.

El bosque en llamas.

Su madre arrodillada en el suelo, intentando proteger su pequeño cuerpo con los brazos frágiles. Los renegados riendo. Las garras desgarrando su carne como si fuera papel. Y él, gritando por ayuda, implorando a los dioses hasta que la voz le falló.

Eso solo podía ser una broma, no había otra explicación.

—No… —murmuró, la palabra saliendo casi como un gruñido.

Lyra se detuvo a pocos pasos de él, todavía sonriendo, sin comprender.

—Tú… eres mi compañero —dijo ella, con la voz temblorosa. Parecía tan feliz, y realmente lo estaba—. La diosa nos unió…

No era la mejor de las lobas, ni la más fuerte. No era nada comparada con Camilla. Pero aun así, la diosa veía en ella algo lo bastante fuerte para unirla al alfa, otorgándole por derecho el puesto de Luna de la manada Vientos Oscuros.

Kael dio un paso atrás; su aroma lo envolvía, lo quemaba, marcaba cada célula de su cuerpo. El vínculo era real, estaba allí, pero él se negó a aceptarlo. Una risa sin humor curvó sus labios mientras miraba a la pequeña omega frente a él con total desprecio.

¿Quién se creía que era?

—Esto es un error —gruñó, la rabia comenzando a hervir en sus venas—. Una broma de mal gusto.

—N-no lo es… —Lyra intentó acercarse, pero él levantó la mano en un gesto brusco—. Yo… yo lo sentí, sé que tú también y…

—¡Cállate! —rugió él, haciendo que todos alrededor giraran hacia la escena.

Parecía que finalmente habían comprendido que la compañera del alfa se había revelado y, entre todas las lobas, era la más frágil. La visión hizo que los invitados susurraran entre sí y, a lo lejos, Camilla observaba con odio mientras, a su lado, un soldado la miraba con ojos amorosos y tristes. Era su compañero; no era el alfa, pero estaba dispuesto a amarla con todo su corazón.

Sin embargo, eso no importaba a Camilla.

Silencio.

La anciana interrumpió su bendición. Petra, entre las demás muchachas, se cubrió la boca, horrorizada.

Kael dio un paso más al frente, los ojos clavados en Lyra con desprecio.

—Una omega, débil, insignificante. ¿De verdad crees que tienes derecho a ser mi compañera? ¿A ser mi Luna?

—Yo no lo elegí… —susurró ella, con los ojos llenos de lágrimas—. Fue la diosa quien…

—¡La diosa nunca me condenaría a tanta vergüenza! —Su voz era fría y cortante—. ¡Deberías haber escondido el olor, deberías haber huido del claro si tuvieras un mínimo de vergüenza!

Lyra permaneció inmóvil, el pecho subiendo y bajando con rapidez. El vínculo entre ellos latía con fuerza, intentando completarse, pero Kael lo cortaba como si fuera una cadena podrida.

—Yo, Kael, alfa de la manada Vientos Oscuros, te rechazo como mi compañera —dijo, sin ningún aviso, sintiendo el dolor de la ruptura del lazo recorrer su cuerpo. Pero su dolor no era nada comparado con el de Lyra, que se dobló y cayó de rodillas en el suelo, gimiendo—. ¡Acéptalo!

—No… por favor, no hagas esto… —imploró, alzando la mirada suplicante hacia el hombre que debía ser su gran amor, su compañero eterno—. La diosa nos unió, fue ella…

—¡Acéptalo! —continuó, intentando obligarla a aceptar el rechazo, pues el vínculo solo se rompería si la loba también lo rechazaba.

Pero Lyra permaneció arrodillada, llorando, luchando contra el dolor que desgarraba su cuerpo sin pronunciar una palabra, decidida a pelear por aquel lazo hasta el final. Solo no esperaba que el final llegara tan rápido.

—¡Guardias! —gritó él.

Dos lobos se acercaron.

—Saquen a esta inútil del claro. Márcquenla como rechazada, castíguenla por intentar negarse a obedecerme. Y después de que terminen de divertirse con ella, tírenla como basura, porque eso es lo que es.

—¡Alfa, no! —gritó Petra, corriendo para proteger a Lyra, pero fue detenida—. ¡Por favor, no le haga esto! ¡Ella es su compañera!

Kael no parpadeó.

No dudó.

No sintió pena.

Pero por dentro… el olor a rosas y menta seguía ardiendo. Como un recuerdo vivo.

Como el perfume de la mujer que murió por él.

Como el perfume de su madre, esa loba débil que ni siquiera tuvo fuerzas para mantenerse con vida.

La noche, que antes parecía encantada, ahora estaba envenenada por el peso del rechazo.

Lyra apenas podía comprender lo que ocurría a su alrededor, el calor del vínculo recién formado aún palpitaba en su pecho, mezclándose con el dolor de la ruptura de lo que estaba destinado a ser eterno. Kael la miraba como si fuera una enfermedad contagiosa, como si el simple hecho de existir ya fuera un error imperdonable, y eso dolía aún más que la ruptura del lazo.

—Yo soy el Alfa de esta manada —rugió Kael, los ojos en llamas, su presencia imponiendo silencio absoluto sobre el claro—. ¿Y crees que voy a aceptarte como mi compañera? ¡Eso nunca va a suceder!

Lyra no pudo responder; las palabras se atoraron en su garganta, el pecho jadeaba, los ojos se llenaban de lágrimas. Cada latido de su corazón era una súplica muda para que aquello no estuviera ocurriendo.

—Yo soy un guerrero —continuó él, caminando en círculos a su alrededor como un depredador a punto de abatir a su presa—. Un líder, un lobo destinado a comandar no solo con fuerza, sino con sangre. ¡Con linaje! ¿Cómo podría aceptar como mi compañera a una omega débil? ¿A una sirvienta?

Los lobos presentes susurraban, horrorizados con la escena; algunos bajaban la mirada, otros simplemente observaban, inmóviles, nadie se atrevía a interrumpir. Aunque algunos entendían la furia del alfa, el vínculo otorgado por la diosa debía ser respetado, no despreciado de esa forma…

El alfa estaba diciendo, con todas las letras, que la diosa de la luna se había equivocado.

Eso era peligroso, y todos lo sabían.

—Tú planeaste esto, ¿verdad? Usaste magia para falsificar el vínculo, ¡estoy seguro de que lo hiciste! ¡Eso es un crimen! —Kael prosiguió, deteniéndose frente a ella, los ojos clavados en los de Lyra como cuchillas—. Yo tuve una madre como tú, débil, demasiado buena. ¿Sabes qué pasó con ella? Fue destrozada frente a mí. Arrancada de mi vida por no poder luchar, por no saber protegerse, por no tener fuerza ni siquiera para huir.

El silencio era una soga apretando la garganta de todos. La historia de la antigua Luna era trágica y nadie la veía como una vergüenza… nadie excepto el alfa, su propio hijo. Petra lloraba en silencio al fondo del claro, retenida por dos guardias. Camilla sonreía de lado, saboreando cada palabra.

—¿Y quieres que yo acepte eso otra vez? ¿Que me entregue a una hembra como ella? —dio un paso al frente. Lyra retrocedió instintivamente, pero él la sujetó del brazo, apretando con fuerza—. ¿Que arriesgue mi linaje, mi futuro, mis cachorros con alguien que tal vez ni siquiera sobreviviría al parto?

Lyra cerró los ojos, intentando contener las lágrimas. Pero el dolor no venía solo de la fuerza con que él la apretaba, venía del alma. De la ruptura brutal del lazo que aún insistía en palpitar.

—No eres digna de mí —dijo él en voz baja, cruel—. ¡Nunca lo serás! ¡Acepta la ruptura! ¡Acepta de una maldita vez el rechazo! —su voz se endureció, su autoridad de alfa brotando y su tono de mando haciendo temblar cada fibra del cuerpo de Lyra.

No podía resistirse a eso.

—Yo… ahh… —gimió de dolor, encorvando el cuerpo y pegando el rostro al suelo, llorando hasta temblar—. Acepto… tu… rechazo…

Finalmente satisfecho, lanzando una última mirada de asco a la omega a sus pies, Kael se volvió hacia los guardias.

—Márcquenla como rechazada. Todos los lobos deben saber qué clase de basura es.

—¡No! —gritó Petra otra vez, pero fue callada con una bofetada de uno de los soldados, que la hizo caer pesadamente al suelo.

Dos guardias más grandes se acercaron a Lyra. La omega intentó retroceder, pero ya era tarde. Cada uno la tomó por un brazo, levantándola del suelo, mirándola con ojos crueles y divertidos.

—Por favor, no me hagan daño… —imploró, aunque sabía que esos hombres no tendrían piedad de ella.

—No te preocupes, el dolor que sientes ahora es solo el comienzo —susurró uno de los guardias, acercando la nariz a su cuello y lamiendo su piel—. Vamos, el alojamiento va a tener mucho trabajo con esta de aquí hoy…

—¡Alfa, por favor! ¡No haga esto, se lo ruego! —gritó Lyra mientras era arrastrada fuera—. ¡Alguien ayúdeme! ¡No dejen que me hagan daño! ¡Yo no hice nada, soy inocente!

Pero nadie allí tuvo el valor de enfrentarse al alfa. O casi nadie, ya que la única dispuesta a arriesgarse por su amiga estaba tendida en el suelo, inconsciente por la fuerza de la bofetada que recibió.

Todos presenciaron la escena en silencio, omisos. Sabían el futuro retorcido y cruel que aguardaba a la pobre omega, pero arriesgar su pellejo por alguien insignificante no valía la pena.

Para ellos, ella no valía la pena.

Cuando los gritos de Lyra se apagaron y ya no pudo ser vista, el alfa se giró y se sentó en su silla. Entonces, la anciana lo miró con una expresión de sufrimiento y, sobre todo, de preocupación.

—La bendición fue corrompida —dijo ella, intentando recomponerse—. La diosa eligió… y tú rechazaste.

—Esa maldita omega engañó a la diosa con magia, estoy seguro —respondió él, dándole la espalda—. Pero a mí no puede engañarme… No a mí…

—Espero, por el bien de todos, que tengas razón, alfa…

—Siempre tengo razón.

Y con esas palabras, Kael dio la espalda a la ceremonia, al claro y al destino que nunca quiso aceptar.

Pero por más que caminara, por más que intentara olvidar…

El dulce aroma de ella seguía persiguiéndolo, recordándole que había rechazado a la compañera por la que tanto había esperado.

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