La tarde era cálida y Ana permanecía sentada frente a la mesa, con una mano acariciando su vientre y la otra sosteniendo la taza humeante. Aún no podía creer que en pocos meses sería madre… y esposa.
El anillo brillaba recordándole que su vida había dado un giro inesperado, de esos que solo el destino se atreve a escribir.
Leonardo apareció poco después, sonreía como si nada en el mundo pudiera salir mal.
—Que hace mi futura esposa —dijo con una voz grave, acercándose a besarle la frente.
Ana sonrió, aunque aún se sentía nerviosa con todo lo que implicaba esa palabra.
—Solo pensaba —respondió, y bajó la mirada hacia su taza—. Todavía me parece un sueño.
—Entonces espero que no despiertes —bromeó él, sentándose a su lado—. Tenemos mucho por hacer si queremos que este sueño sea perfecto.
Ana levantó la vista, confundida.
—¿Por hacer? ¿Ya estás planeando la boda?
—Por supuesto. —Leonardo tomó una carpeta del mesón y la colocó frente a ella—. Ya había hablado con algunos organiza