La mañana siguiente llegó con un silencio extraño, denso, como si la casa también sintiera la tensión que Ana llevaba en el pecho.
No había dormido bien; sus pensamientos se mezclaban una y otra vez con la imagen de Isabella, esa sombra que parecía rondar su felicidad sin descanso.
Leonardo, en cambio, despertó sonriente. Se giró hacia ella, acariciando con ternura su vientre.
—Buenos días, mi amor —susurró, dejando un beso suave—. Soñé que el bebé se llamaba Luciano.
Ana sonrió, apenas un poco.
—Es un nombre bonito —respondió—, pero aún tenemos tiempo para decidirlo.
Él asintió satisfecho, y se levantó despacio.
—Voy a preparar café. ¿Quieres algo?
—Un jugo, por favor —dijo ella, acomodándose en la cama.
Mientras él se alejaba hacia la cocina, el teléfono de Ana vibró. Era un mensaje de Clara:
> “Amiga, hoy te haré la transferencia por la venta de la casa. ¡Por fin todo está listo!”
Ana sonrió, aliviada, y respondió agradecida, pidiéndole que pasara por la casa cuando pudi