—A una que seguramente tú ni conoces querida amiga. Dijo Clara con un tono de picardía
Al llegar la noche Clara entró como un torbellino al cuarto de Ana. La encontró frente al espejo, recogiendo su cabello con una liga para dejarlo en una coleta sencilla.
—No, no, no, no —dijo Clara, arrebatándole la liga de las manos—. Hoy no te vas a recoger el cabello como si fueras a ir al instituto. Esta noche celebramos recuérdalo.
Ana la miró con el ceño fruncido.
—Clara, de verdad, yo no soy de esas cosas. No me has dicho, como ni donde vamos a celebrar. ¿Una cena tranquila aquí en el apartamento?
Clara soltó una carcajada y sacó un vestido rojo del armario.
—¿Cena? Por favor, Ana. Hoy vamos a un antro, vas a tomar un par de tragos, vas a bailar aunque no sepas, y vamos a brindar por tu nuevo empleo.
Ana se quedó boquiabierta.
—¿Un antro? ¡Clara, yo no sé bailar! Voy a hacer el ridículo.
—El ridículo lo hace la que se queda en casa un viernes con trabajo nuevo y sin celebrar