El silencio de la madrugada se había instalado en el apartamento de Clara. Ana estaba recostada en el sofá, cubierta con una manta ligera que su amiga le había puesto. No podía dormir, aunque estaba exhausta. Su cuerpo pedía descanso, pero su mente seguía dando vueltas una y otra vez a lo ocurrido.
Clara, sentada a su lado con una taza de café, la miraba con ternura y preocupación.
—No puedes seguir viviendo con miedo, Ana —dijo en voz baja—. Lo de hoy fue duro, pero también te dio una oportunidad. Ya no estás sola.
Ana bajó la mirada y frotó la tela de la manta entre sus dedos.
—No sé cómo empezar, Clara. Siento que todo en mi vida se derrumbó de golpe… mi casa ya no es un refugio, y mi matrimonio… —se interrumpió, apretando los labios.
Clara le puso una mano en el hombro.
—El matrimonio ya estaba roto, amiga. Hoy solo se hizo evidente. Y no lo veas como un final, míralo como una puerta que se abre.
Las palabras calaron hondo en Ana, y tras un momento de silencio, levantó la v