La casa estaba envuelta en un silencio pesado, un silencio que parecía comprimirse en cada rincón, como si la oscuridad misma contuviera la tensión. La luna se colaba por las ventanas, dibujando líneas plateadas sobre los muebles y alargando las sombras que la noche proyectaba en las paredes. Ana caminaba con cuidado, sus pasos casi imperceptibles sobre el piso frío. Cada crujido de la madera parecía amplificado, y cada sombra parecía moverse con vida propia.
Sabía que Martín aún estaba enojado. La furia que había cruzado su rostro cuando abrió la puerta y se encontró con Clara. Cada gesto, cada palabra de Clara había sido un desafío directo para él, y Ana sabía que eso no quedaría sin consecuencias.
Los pasos de Martín resonaron por la sala como un tambor, y Ana sintió cómo un escalofrío le recorría la espalda. La puerta se cerró de golpe tras él, y su silueta se recortó contra la luz de la luna que entraba por el umbral. Cada músculo de su cuerpo estaba tenso, y su respiración profu