CAPITULO 23

La luz dorada se filtraba por las cortinas, acariciando los rostros de Ana y Alejandro. Ella despertó envuelta en sus brazos, con una paz que no recordaba haber sentido antes. Por primera vez en mucho tiempo, el silencio no dolía.

—Buenos días, amor —susurró Alejandro, rozando su frente con un beso.

Ana sonrió, aún con los ojos cerrados.

—Nunca pensé que un amanecer pudiera sentirse así.

Se quedaron unos minutos más, entre caricias suaves y miradas que hablaban sin palabras. Luego, Alejandro recibió un mensaje de su madre: “Desayuno en casa. Queremos que este aquí hoy con Ana. Lucía está emocionada.”

En la mansión de los padres de Alejandro El comedor estaba lleno de luz, aromas cálidos y risas suaves. Los padres de Alejandro recibieron a Ana con afecto genuino, y Lucía, su hija pequeña, corrió a abrazarla como si la hubiera esperado desde siempre.

—Papá… —dijo Lucía mientras se sentaba junto a él—. ¿Puedes volver a vivir aquí? Te extraño mucho.

Alejandro la miró con ternura, acariciá
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