Al día siguiente en el apartamento todo estaba en silencio, interrumpido solo por el sonido de las cremalleras y el roce de las cajas contra el suelo. Ana doblaba cuidadosamente sus batas médicas, sus libros, sus pequeños objetos personales. Alejandro la observaba desde el marco de la puerta, con una mezcla de ternura y atención.
—¿Estás segura de que no olvidas nada? —preguntó, acercándose con una taza de café.
Ana sonrió, tomando la taza. —Solo lo esencial. Lo demás… puede esperar. Hubo un momento de pausa. Luego, Ana se sentó en el borde de la cama, mirando sus manos.
—Alejandro… hay algo que quiero contarte. No sé si es importante, pero… lo he sentido más de una vez. Él se sentó a su lado, atento.
—¿Qué cosa?
—Que alguien me sigue. —Ana bajó la voz—. La primera vez fue en el hospital. Sentí que alguien me observaba, pero no vi a nadie. Luego, en el bar con Susan… había un hombre. No lo conozco, pero me miraba como si supiera algo de mí. No se acercó. Solo… estaba ahí.
Alejandro fr