Regresé a la sala de espera con una mezcla de emociones en mi pecho. Sentía el peso de la responsabilidad y al mismo tiempo una chispa de esperanza. La bebé, esa pequeña vida inocente, no tenía la culpa del caos que nos rodeaba, y yo haría lo que fuera necesario para protegerla.
Mi madre se levantó al verme llegar. Su rostro estaba marcado por la preocupación, pero también me ofrecía ese consuelo inquebrantable que solo una madre puede dar. Me tomó del brazo y me llevó a un rincón más privado.
—¿Qué dijo la doctora, hijo? —me preguntó con voz temblorosa.
La miré fijamente, buscando las palabras adecuadas.
—Mamá, Mónica quiere que la bebé lleve mi apellido, no el de Nicolás. Ella sabe que él... —hice una pausa, tragando el nudo que se formaba en mi garganta—. Ella sabe que él no es el hombre indicado para cuidar de la niña.
Mi madre asintió lentamente, como si ya lo hubiera sabido desde el principio.
—Esa niña merece un hogar lleno de amor, Jhoss. Si Mónica confía en ti, entonces nosot