Apagué la pantalla por un rato y me quedé en la oscuridad. Tenía que preparar el siguiente paso: no correr tras nuestra furia, sino tender una respuesta que nos devolviera control. Carlos nos había herido en lo íntimo; ahora haríamos que esa herida fuese, para él, evidencia.
El 3 había empezado como él quiso: con miedo y exhibición.
Pero aún quedaba el resto del día.
Y yo no pensaba regalarle la última escena.
Apagué la pantalla pero no apagué la cautela. La oscuridad del cuarto me dio tiempo para ordenar la mente: rastros para conservar, pruebas para mover, pasos a bloquear. Tenía que transformar la humillación que nos habían infligido en algo que ellos no pudieran borrar: un documento público, trazable, irrefutable. Esa era la venganza técnica: devolver la exposición con su propio lenguaje.
La primera decisión fue simple y brutal en su economía: no iba a esperar a que el miedo nos animara a correr. Si ellos querían teatro, nosotros haríamos un acto de contrateatro. En vez de salir a