Capítulo 70

La mansión respiraba en ciclos de lujo y silencio. Los pasillos largos conservaban el eco de pasos que ya no regresaban; las arañas de cristal colgaban como constelaciones domesticadas; los jarrones rebosaban flores que no marchitaban porque la casa no permitía debilidad. Bella Millán se movía dentro de ese decorado como una actriz que aún no entiende bien si su papel la redime o la condena.

En el salón principal, el retrato de Carlos ocupaba un lugar de honor sobre la chimenea. Un óleo serio, de colores cálidos, que mostraba a un hombre de mirada intensa y barba impecable. Ella siempre lo había mirado con una mezcla de orgullo y náusea: orgullo por el estatus que representaba, náusea por la historia que les ataba. Frente al retrato, un arreglo de rosas blancas le recordaba cada mañana la ceremonia del duelo que la sociedad exigía. La casa había aprendido a llorar por ellos.

Esa mañana, sin embargo, las lágrimas que le venían no eran públicas. Se le pegaban en la garganta, espesas, co
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