La noche no había terminado, aunque el reloj marcaba las tres de la madrugada.
El apartamento estaba sumido en un silencio espeso, apenas interrumpido por el zumbido lejano del refrigerador.
Clara no había dormido. La fotografía seguía sobre la mesa, junto a la nota escrita con tinta negra:
“LOS VEMOS.”
Cada vez que la leía, algo en su interior se contraía con un miedo primitivo. No era solo la amenaza. Era el hecho de que esa imagen, aquella captura íntima con Sebastián en el balcón del hotel de Nueva York, había sido tomada sin que ninguno de los dos lo notara. Desde una distancia imposible. Con precisión profesional.
Ella sabía lo que eso significaba: alguien había atravesado sus capas de protección, había quebrado su identidad falsa como si fuera papel.
Encendió la lámpara más tenue, observando la foto bajo la luz amarillenta.
Sebastián tenía una mano sobre su cintura. Ella sonreía, ajena a cualquier peligro.
Recordó aquella noche: el silencio, el calor suave de su cuerpo detrás d