Clara caminaba por las calles de Manhattan con pasos medidos, cada movimiento evaluado como si la ciudad entera pudiera ser un tablero de espionaje. La amenaza implícita del sobre y la fotografía recibida la noche anterior todavía pesaba en su bolso, recordándole que alguien estaba observando cada detalle de su vida. “LOS VEMOS”, decía el mensaje. Y aunque parecía simple, contenía toda la tensión de un enemigo que conocía demasiado.
Al llegar al edificio donde Martín Ríos la esperaba, respiró hondo. Cada encuentro con él era un delicado equilibrio entre obtención de información y juego psicológico. Martín buscaba obtener datos de su investigación, y ella debía recopilar información sin exponer su verdadera agenda. Cada movimiento, cada palabra, debía ser medido.
Martín apareció con su habitual porte elegante, sonrisa calculada, y extendió la mano con cordialidad.
—Clara, me alegra verte. Espero que nuestra reunión anterior haya sido provechosa.
—Sí, lo fue —respondió Clara, devolviend