LEV
Sasha llegó puntual.
Era lo mínimo que podía esperar de alguien como él: preciso, metódico, sin el menor interés en hacerme perder el tiempo. El coche se detuvo sin levantar polvo, sin ruido innecesario. Lo vi por la cámara de seguridad antes de salir. Llevaba la misma chaqueta gris de siempre, las botas limpias, la barba corta. Nadie lo detuvo en la entrada. Todos sabían que Sasha no era solo uno más. Era el mejor rastreador que he tenido, y el único que podía hablarme sin medir cada palabra.
Le abrí la puerta personalmente.
—Bienvenido —dije, haciéndome a un lado.
Él asintió con la cabeza, ni una palabra. Su maletín colgaba de su mano izquierda. Caminó sin preguntar hacia el interior de la casa, sus pasos firmes sobre el suelo de concreto pulido. Cerré la puerta con el seguro automático y lo seguí hasta el despacho.
Una vez dentro, bajé las persianas metálicas. Nadie escucha detrás de esas paredes.
—Siéntate.
Sasha dejó el maletín sobre la mesa, lo abrió y sacó una carpeta grues