LEV
Anya duerme en mis brazos cuando el coche se detiene frente a la nueva casa, un bungaló de un solo nivel, más pequeño que la mansión en Voravia, pero blindado como una fortaleza.
No es un hogar, es un refugio, diseñado para desaparecer del radar.
Los faros iluminan la fachada austera, y mis hombres ya están en posición, sombras armadas patrullando el perímetro.
Bajo con cuidado, Anya ligera contra mi pecho, su respiración suave rozando mi cuello. La culpa sigue ahí, un peso que no logro sacudir desde que la corté, creyendo que era Nikita.
Y quiero desprenderme de este maldito sentimiento.
No son las mismas, pero la que tengo en mis brazos es una sombra débil de la otra… Algo que salió de la nada y fui moldeando hasta convertirla en esto.
Anya Zaitsev… Mi esposa.
—Lev —murmura, despertando apenas, sus ojos entreabiertos—. ¿Ya llegamos?
— Sí, Conejita —respondo, mi voz baja, mientras cruzo el umbral—. Estamos en casa.
Ella asiente, débil, y trata de moverse. La aprieto más fuerte, m