NIKITA «Pasado»Sus dientes se clavaron en mi cuello. Fuerte. Preciso. Una marca que no se borraría en dos días, tal vez en tres. Pero la iba a sentir hasta que saliera del país. Hasta que matara a Lev. Hasta que volviera.Lo empujé contra la pared con la rodilla entre sus muslos y lo mordí también. Justo donde empezaba la mandíbula, donde sé que le duele y le gusta. Gruñó. Gruñimos. Esto no era amor. No era despedida melosa. Era fuego antes del silencio. Era sudor antes del vacío.—Más fuerte —le dije, cerrando el puño en su pelo rubio.Bajó la cabeza, me lamió la clavícula y mordió de nuevo, esta vez por debajo del hueso, casi en el pecho. Me hizo jadear. Yo le arañé la espalda, y su chaqueta se fue al suelo. Lo desnudé con rabia, con necesidad, como si arrancarle la ropa fuera parte del ritual.—¿Crees que vas a irte sin que te folle? —gruñó, con una mano en mi garganta, la otra ya bajando por mi abdomen.—Hazlo si te atreves —le respondí, escupiéndole en la boca.Me la besó entera
NIKITA «Pasado»«El gusto de cazar a un hombre»El barro no es un problema cuando sabes por dónde pisar.Hace dos días que salí del techo. Dormí menos de cuatro horas en total. Estoy en posición desde el anochecer, con el cuerpo pegado a la humedad del bosque, el vientre plano contra la tierra, los codos clavados entre raíces. La mira térmica me muestra su figura desplazándose entre los árboles con una torpeza que delata su desesperación. Corre. Sangra. Respira como un animal acorralado.Lev Zaitsev.El fantasma sin rostro al que estoy cazando desde hace cinco semanas. El nombre que repite el Vodir cada vez que alguien intenta cruzar la frontera con mercancía sin pagar peaje. El bastardo que se ha creído dueño de todo.No es solo un encargo. No para mí. Yo lo conozco. No su rostro. No su voz. Pero sí lo que desayuna. Qué hora prefiere para cagar. Con cuántas putas se acuesta por semana. A quiénes les regala relojes caros, a quiénes les rompe los dientes. Sé la ruta de sus contenedores
NIKITA «Pasado»Lev está delante, un borrón negro en su Audi destrozado, zigzagueando por la autopista como un animal herido. El primer coche que intentó cortarlo fue un error, un imbécil torpe que no frenó y ahora arde en la cuneta, su parabrisas hecho añicos. Me lancé a un lado, el cristal rozándome la mejilla, dejando un hilo de sangre caliente. No me importa. Mis ojos están en él. Lev Zaitsev. El bastardo que respira mi aire.—Captúralo con vida —ordenó la Krovsk Volya.Que se jodan.Mi coche ruge, las ruedas chillando en una curva cerrada. El retrovisor muestra humo, escombros, una ciudad que se desangra en caos. Lev lleva una ventaja mínima, pero cada metro es una burla, cada segundo una puñalada. Conozco estas calles como las venas de mi mano, no porque sea de aquí, no lo soy, sino porque he estudiado cada maldito lugar, cada posibilidad para que no se me escapara nada. He estado en las sombras, preparándome todo este tiempo. Giro por un atajo, cortando dos intersecciones, el m
Un pitido me saca de la nada, un sonido agudo que me taladra los oídos como si alguien estuviera clavándome un cuchillo en la cabeza.Abro los ojos, o lo intento, porque todo está borroso, blanco, cegador. ¿Dónde mierda estoy? Mi cuerpo pesa una tonelada, como si me hubieran atado a la cama con cadenas invisibles. Siento algo en la boca, un tubo o qué sé yo, y quiero arrancármelo, pero mis manos son un desastre: lentas, torpes, moviéndose en cámara lenta como si no fueran mías. Joder, ¡muévanse! El pitido sigue, más fuerte, y mi pecho sube y baja rápido, demasiado rápido. Estoy perdiendo la cabeza.De repente, hay ruido: pasos, voces. Unas manos me agarran, frías, rápidas. Alguien me quita el tubo de la boca, y toso como si me estuvieran arrancando los pulmones. Respiro, o lo intento, pero el aire raspa como vidrio. Miro alrededor: paredes blancas, máquinas, cables pegados a mi piel como si fuera un maldito experimento. Un hombre con bata blanca está encima de mí, sus ojos detrás de u
ANYAUna semana más en ese maldito hospital, y sigo sin saber quién diablos soy. Los doctores me pinchan, me miran como si fuera un experimento fallido y dicen que estoy “mejorando”, pero mi cabeza sigue vacía, un jodido desierto sin nada que agarrar.Lo único que no cambia es él.Lev.Todos los días, cuando abro los ojos, ahí está, sentado en una silla junto a mi cama o apoyado contra la pared como si fuera el rey del universo.No habla mucho, solo me clava esos ojos grises que me queman la piel, y a veces me trae cosas como café o flores que no pedí. No sé qué busca, pero carajo, me estoy acostumbrando a verlo. Cada vez que despierto, espero encontrarlo, y eso me pone los nervios de punta más que las agujas en mis venas.Hoy es distinto.Despierto, y no está en la silla. Está junto a la puerta, con el traje negro ajustado y una cara que no admite peros.—Te vas hoy—dice, supongo que debo alegrarme, recordar algo, pero no sé ni quién soy y eso me causa mucha inseguridad, porque la ún
LEVEstoy tan cerca de ella que siento su calor, sus caderas bajo mis manos, pero ese sonido me arranca de la niebla.¿Qué demonios fue eso? Lo primero que les dije a esos idiotas fue que no llamaran la atención, que mantuvieran todo en silencio mientras ella estuviera aquí. Y ahora un disparo. Un maldito disparo en mi propia casa. La miro, sus ojos verdes abiertos, buscando respuestas que no le voy a dar. Si se da cuenta de lo que pasa, si empieza a atar cabos, todo se irá al carajo.—Quédate aquí —le digo, mi voz baja, intentando calmarla, pero no parece muy asustada—. No te muevas.La suelto, mis manos soltándola como si quemaran, y retrocedo un paso. No sé si es buena idea dejarla sola. Es una víbora, una que no recuerda sus propios colmillos, pero sigue siendo peligrosa. Podría husmear, encontrar algo, despertar lo que duerme en esa cabeza vacía. Pero no tengo opción. Cierro la puerta tras de mí, y me quedo un segundo con la mano en el pomo. Respiro hondo, sacudo las manos, asque
ANYAEstoy frente al espejo del baño, desnuda, con la luz blanca pegándome en la cara como si quisiera sacarme la verdad a golpes. Mi piel está fría, el aire de esta maldita mansión se cuela por todos lados, pero no es eso lo que me tiene temblando.Me miro, de arriba abajo, y no sé quién carajo me está mirando de vuelta. Lev dice que soy su esposa, pero esta mujer en el reflejo no se siente como alguien que pertenece a nadie y mientras más me miro… la sensación no deja de aumentar.Mis dedos suben, lentos, y tocan las cicatrices que cruzan mi cuerpo como un mapa que no puedo leer.¿Qué es lo que me dicen? ¿Ellas saben quién soy? ¿Y por qué estoy dudando de la palabra de mi esposo?Las cicatrices son las que me deberían contar la verdad. No son pocas, y ninguna parece normal.Hay una en mi vientre, larga, horizontal, como si alguien hubiera usado una navaja para abrirme en dos. La rozo, y la piel está dura, rugosa, nada que ver con un “accidente” como el que Lev dice que tuve. Más arr
LEVElla está encima de mí, su cuerpo pequeño y caliente todavía pegado al mío, su respiración agitada rozándome el pecho. Sus piernas flanquean mis caderas, y el sudor de su piel se mezcla con el mío, como si me hubiera marcado.Estoy inmóvil, atrapado bajo su peso, y el aire se siente espeso, podrido. ¿Qué demonios hice? La dejé dominarme, montarme como si fuera suyo, y yo cedí, gruñendo como un animal en celo.Mis manos tiemblan de pura rabia, no contra ella, sino contra mí.La odio.La odio con cada fibra de mi ser, y aun así, me dejé. Me convertí en un maldito conejito asustado bajo sus manos, un conejo cachondo que se rindió a sus caderas. Pero ella debería ser la conejita, la presa temblando bajo mis garras, no yo.¡Joder! ¡Maldita hija de puta! Cree que de verdad soy su esposo.Me deslizo fuera de ella con cuidado, sus piernas flojas dejándome ir, y me levanto en silencio. No la miro. No quiero verla dormir, no quiero ver esa cara que me envenena. Camino al baño, mis pasos pes