ANYA
Estoy frente al espejo del baño, desnuda, con la luz blanca pegándome en la cara como si quisiera sacarme la verdad a golpes. Mi piel está fría, el aire de esta maldita mansión se cuela por todos lados, pero no es eso lo que me tiene temblando.
Me miro, de arriba abajo, y no sé quién carajo me está mirando de vuelta. Lev dice que soy su esposa, pero esta mujer en el reflejo no se siente como alguien que pertenece a nadie y mientras más me miro… la sensación no deja de aumentar.
Mis dedos suben, lentos, y tocan las cicatrices que cruzan mi cuerpo como un mapa que no puedo leer.
¿Qué es lo que me dicen? ¿Ellas saben quién soy? ¿Y por qué estoy dudando de la palabra de mi esposo?
Las cicatrices son las que me deberían contar la verdad. No son pocas, y ninguna parece normal.
Hay una en mi vientre, larga, horizontal, como si alguien hubiera usado una navaja para abrirme en dos. La rozo, y la piel está dura, rugosa, nada que ver con un “accidente” como el que Lev dice que tuve. Más arriba, cerca de las costillas, hay marcas redondas, pequeñas, como si me hubieran golpeado con algo duro una y otra vez. Mi espalda es peor: una cicatriz irregular, dentada, que va del omóplato a la cintura, como si me hubieran arrastrado por vidrio roto. ¿Qué demonios me pasó? Esto no es de un choque, no es de caerme por unas escaleras. Esto es de pelea, de sangre, de algo que no me cuentan.
Un accidente de coche no dejaría marcas de este tipo. Pero ¿fue un accidente de coche?
Y Lev… él también tenía una cicatriz, supuestamente nos une, ¿en qué?
Las dudas crecen y crecen sin darme ningún alivio, no quiero pensar en ellas, pero existen, llenando mi cabeza en vez de los recuerdos que necesito.
Me miro los brazos, llenos de cortes blancos, algunos rectos, otros desordenados, como si hubiera bloqueado ataques o me hubiera defendido a puñaladas. Toco una quemadura en mi muñeca, un óvalo feo que todavía duele, y mi cabeza da vueltas buscando respuestas. Nada. Solo vacío.
¿Por qué ese parece tan reciente? La mayoría se ven viejos, de años, no de nueve meses y otros son demasiados recientes, que, si presiono, aún duele.
¿Qué es lo que han hecho con mi cuerpo?
Bajo las manos a mis pechos, los aprieto un poco, y no sé si me gustan o me dan asco. Están bien, supongo, pero esas marcas los cruzan como si alguien hubiera querido borrarme. Mi culo no está mejor: una cicatriz fina en la cadera, otra más gruesa en el muslo derecho, donde una bala me atravesó, o eso parece. Podría ser una bala.
Lev es guapo, joder, demasiado guapo, y yo me siento como un desastre a su lado. ¿Cómo carajo terminé con un hombre así luciendo como si me hubiera peleado con el diablo y perdido?
No me siento atractiva. No me siento nada. Me miro en el espejo y solo veo preguntas, un cuerpo lleno de historias que no recuerdo. Agarro el pijama que Lev dejó en la silla y me lo pongo rápido, como si taparme fuera a borrar lo que vi. Me meto a la cama, las sábanas frías contra mi piel, y me quedo mirando el techo. Pasan un par de horas, y él no aparece. ¿Dónde está? Se supone que es mi esposo, que me trajo aquí después de meses en coma y semanas en el hospital. ¿No debería estar aquí, tocándome, haciéndome suya? ¿O ya no le gusto? Nueve meses fuera, más tiempo pudriéndome en una cama de hospital, y quizás ya no soy lo que quiere. Mi estómago se retuerce, y no sé si es miedo o enojo.
Si realmente mis cicatrices son de ese accidente, una pelea con el mismísimo demonio, mi cuerpo ya no es el mismo que Lev conoció, y no le resulto atractiva.
Y… han pasado mucho meses. ¿Ha tenido a alguien más? ¿Ha habido otras en esta cama?
Joder. ¡Fueron muchos meses! Y con el maldito rostro que se carga, seguro que con un pestañeo ya tiene un mar de mujeres rodeándolo.
Es jodidamente atractivo.
Y lo quiero en mi cama. Sigo siendo su esposa. Y he despertado, ¡estoy aquí!
Al parecer no me hace mucha gracia que me ignoren. Supongo que no fui la esposa sumisa, no parece que mi carácter sea muy… apacible.
No aguanto más. Me levanto, los pies descalzos contra el suelo helado, y salgo de la habitación. Todo está oscuro, en silencio, como si la mansión estuviera muerta. Camino por el pasillo, mis pasos apenas suenan, y bajo las escaleras buscando a Lev. Lo encuentro en el salón, una sombra entre las sombras, sentado en un sillón con un vaso en la mano. La luz de la luna se cuela por las rejas de la ventana, pegándole en la cara, y joder, sigue siendo guapo incluso así, con esa mandíbula tensa y esos ojos grises que cortan.
Camino hacia él, lenta, pero cuando estoy cerca, lo veo tensarse, como si yo fuera una maldita amenaza. ¿Qué pasa con este tipo?
“Es tu esposa la que va hacia ti, no la muerte a reclamarte.”
—¿No puedes dormir? —pregunta, su voz baja, casi un gruñido. Puede que suene un poco molesto, no sabrá decirlo.
—Estaba esperando que llegaras a la cama, pero no lo hacías —respondo, y me subo a sus piernas antes de que pueda detenerme—. He venido a buscarte.
Él levanta las manos, rápido, como si no quisiera tocarme, como si yo fuera veneno. Sus ojos me clavan, pero no dice nada por un segundo. Luego respira hondo, y su cara se endurece.
—Ahora voy —dice, seco—. Duerme primero.
—No —insisto, y mi voz sale más firme, no pienso volver a esa maldita cama fría sin él—. Quiero ir a la cama contigo.
Lev me mira, y joder, hay algo en esa mirada que me eriza la piel, pero no sé si es deseo o puro desprecio, como si… como si me odiara. Esa idea me retuerce un poco el estómago, pero lo disimulo, estoy viendo cosas donde no las hay, estoy sin recuerdos y mi cabeza se quiere llenar de mierdas que son inventadas.
Soy su esposa, seguro que me quiere. Lo hace.
Se pone de pie de mala gana, casi tirándome al suelo, y camina hacia la habitación sin mirarme. Lo sigo, el silencio pesándome en el pecho, y cuando llegamos, él va directo al baño. Me meto a la cama, las sábanas todavía frías, y espero.
Sale minutos después, en pantalones de pijama, sin camisa, y carajo, ese cuerpo suyo es un golpe bajo. La cicatriz en su hombro brilla bajo la luz tenue, y mi mano pica por tocarla, por tocarlo a él.
Lo quiero cerca, recibir su calor, que mi cuerpo tenga su atención, aunque en este momento no sea la mujer más atractiva ante sus ojos ni los de nadie más.
Se mete a la cama, y no espero más. Me acerco, mis labios buscando los suyos, besándolo con ganas, con todo lo que no entiendo y quiero sentir. Por un segundo, él responde, su boca dura contra la mía, pero luego me agarra los hombros y me aparta, firme. Alejándome de su calor.
—Para —dice, cortante—. No es el momento para eso.
—¿Qué? —suelto, mi voz temblando de enojo y confusión—. ¿Por qué no?
—No es el momento —repite, y se da la vuelta, de espaldas a mí, como si yo no estuviera aquí.
Me quedo mirando su espalda, los músculos tensos, la cicatriz que se pierde bajo las sábanas.
¿Qué carajo pasa con él? Se supone que es mi esposo, que me ama, que me trajo aquí para “protegerme”. Pero no me toca, no me quiere cerca.
¿Es por las cicatrices? ¿Por cómo luzco ahora? Mi pecho se aprieta, y no sé si quiero gritarle o salir corriendo. Me acuesto, mirando el techo otra vez, y el silencio entre nosotros es más pesado que nunca.
¿Quién eres, Lev? Y joder, ¿quién soy yo para ti?
Sé que sonaré muy patética, pero debo preguntarlo, no sé si podré dormir si no lo hablo.
—Lev, estuve mucho tiempo en coma, no me enojaría si en ese tiempo has estado con otras. También podría entender que muchas cosas han cambiado en mí, al menos físicamente, y no soy la misma mujer con la que te casaste, ni siquiera yo misma sé quién soy. Pero si me rechazas de esta manera, creo que duele.
Él se gira, mi corazón late más deprisa cuando deja una mano en mi vientre.
—No pretendía herirte, pero también debes entender que ha pasado mucho tiempo desde que estuvimos juntos en una cama.
—Por eso mismo, debemos recuperar ese tiempo.
—Solo sigo las indicaciones del doctor. Nada de sexo.
—Qué conveniente—digo, cruzando los brazos sobre mi pecho. No me desea. Ahora soy yo quien le da espalda, aferrándome a las sábanas mientras cierro mis ojos con fuerza, ahora sé que fue una mala idea irlo a buscar, debí pasar mi primera noche sola.
—Conejita—se acercó a mí desde atrás, su aliento en mi cuello haciendo temblar todo de mí como si fuese un terremoto, siento sus labios en mi cuello y su mano baja hasta mis pechos, tomando primero uno y luego otro. Es extraño, su toque se siente bien y al mismo tiempo demasiado raro. Mi mano quiere detenerlo, se supone que eso era lo que quería, que me hiciera caso, pero de pronto se siente incómodo, como si no debería pasar, puede que sea por los nervios, intento relajarme, dejarme llevar, dejarme llevar por su lengua que recorre mi piel, por sus dedos que juegan con mis pezones y su aliento que me eriza donde toca, pero mi mano lo detiene, me pongo bocarriba y él sube sobre mí, sus manos atrapando las mías y su rostro acercándose, hasta capturar mis labios.
Forcejo, es lo primero que hago, lo hago seriamente, hasta que mis manos se liberan, lo derribo en la cama y él suelta un gruñido, ¿cómo demonios pude quitarlo de encima de mí y ser yo quien ahora controlaba? No lo sé… ni recuerdo como lo hice, fue… fue tan rápido, físicamente imposible, soy una maldita mujer menuda y él un saco pesado de carne y huesos, músculos encima de los músculos, nada comparado conmigo.
Mis manos se siguen moviendo solas y yo sujeto sus manos, pero no encima de la cabeza, sino a ambos lados de su cuerpo, dejándolas pegadas a sus costados.
Me acerco a su boca, mi lengua lame sus labios y miro sus ojos mientras lo hago, él separa sus labios, no en una sonrisa, sino en una invitación.
Mi lengua entra en su boca y siento su calor rodearla, llegando hasta la suya. Su cuerpo ya no se mueve, en este momento siento que lo he domado. Muerdo sus labios y me complazco con su gruñido, esto ya no es incómodo como cuando era él quien me tocaba. Por lo visto me gusta tener el control.
—No te atrevas a moverte—le digo, mi voz es una amenaza que hasta yo misma siento. Libero sus brazos y él no se mueve, me inclino y empiezo a quitarme el pijama, empujo las sábanas y le bajo el pantalón, viendo el bulto que antes empujaba contra mi culo.
Mi boca se acerca al lugar y lo tomo con una mano, mis dedos delgados intentando rodearlo. Llevo mi boca hasta su inicio y lo humedezco rápido, luego me subo sobre él, mi mano no lo suelta, guiándolo hasta mi entrada, mi cadera empuja en su punta, pero todo se siente aún tan grande, hasta que se va abriendo paso dolorosamente.
Demasiados meses sin sentirlo. Ahora ya está entrando en mí.
Me llena, mis paredes contrayéndose mientras intentan contenerlo, suspiro, mi respiración forzada por su grandeza, siento que no me puedo mover, pero esta m****a no me va a vencer.
Muerdo mis labios cuando me inclino hacia adelante, cada maldito movimiento como si me costara la vida.
Oh, m****a. No debí meterla toda, pero en mi posición no quedaba de otra
Puedo con ella, puedo con ella.
Mis manos alcanzan un punto de apoyo en el respaldo de la cama y entonces empiezo a moverme. Al primer movimiento el gruñe, fuerte, claro, raspando su garganta.
—Estás… muy apretada—dice entre dientes, sus manos aún inmóviles y me complace no ser la única que ya está al límite.
LEVElla está encima de mí, su cuerpo pequeño y caliente todavía pegado al mío, su respiración agitada rozándome el pecho. Sus piernas flanquean mis caderas, y el sudor de su piel se mezcla con el mío, como si me hubiera marcado.Estoy inmóvil, atrapado bajo su peso, y el aire se siente espeso, podrido. ¿Qué demonios hice? La dejé dominarme, montarme como si fuera suyo, y yo cedí, gruñendo como un animal en celo.Mis manos tiemblan de pura rabia, no contra ella, sino contra mí.La odio.La odio con cada fibra de mi ser, y aun así, me dejé. Me convertí en un maldito conejito asustado bajo sus manos, un conejo cachondo que se rindió a sus caderas. Pero ella debería ser la conejita, la presa temblando bajo mis garras, no yo.¡Joder! ¡Maldita hija de puta! Cree que de verdad soy su esposo.Me deslizo fuera de ella con cuidado, sus piernas flojas dejándome ir, y me levanto en silencio. No la miro. No quiero verla dormir, no quiero ver esa cara que me envenena. Camino al baño, mis pasos pes
ANYAUn olor a café me saca del sueño, y abro los ojos para encontrar a Lev sentado al borde de la cama, una bandeja en las manos. Pan tostado, mermelada, un vaso de jugo, y él mirándome con esos ojos grises que me derriten incluso a estas horas de la mañana.Se inclina, sus labios rozan los míos, y joder, mi cuerpo se despierta más rápido que mi cabeza. —Buenos días, Conejita —susurra, y su mano sube por mi pierna, caliente, posesiva, hasta detenerse en mi cadera. Sonrío, todavía atontada, y me siento contra las almohadas. Después de lo de anoche, de tenerlo bajo mis manos, de sentirlo gemir mientras lo montaba, esto es como un maldito sueño.—Buenos días. — Desayunamos juntos, él partiendo el pan y dándome pedazos como si fuera un ritual, y yo no puedo quitarle los ojos de encima. Me besa otra vez, más profundo, su lengua rozando la mía, y mi piel se eriza.Si esto es ser su esposa, tal vez no esté tan mal. Definitivamente no está mal y más después de lo de anoche.Lo deseo… lo d
LEVEl nombre de Boris sigue quemándome la cabeza, parece nada, pero puede significarlo todo.¿Quién es? ¡¿Qué es para Nikita?! Puede significar cualquier cosa, pero yo no tengo la respuesta. Esa maldita palabra salió de su boca como un disparo, y aunque la cubrí con la mentira del hámster, sé que no durará.Nikita Petrova está ahí, enterrada en su cerebro, y cualquier chispa puede despertarla.No puedo permitirlo. Hace cinco años, esa mujer casi me arrancó el corazón con una bala, y ahora duerme en mi cama, creyéndose mi esposa. Pero no soy estúpido. Sé que todo puede pasar en cualquier momento, que su mente puede romper el velo y traer de vuelta a la víbora que cazó a mis hombres como ratas.Esa noche no puedo dormir con ella. Su cuerpo caliente está demasiado cerca, su respiración lenta rozándome el pecho, y cada segundo siento que podría abrir los ojos y apuntarme con un rifle que no tiene.Durante la cena, deslizo un sedante en su vino, un polvo que se disuelve sin rastro. Ella b
BORISNikita… Perderla fue como… como entrar en una espiral que no me dejaba salir, como respirar humo constantemente y no poder toser, quedarme con todo dentro, sin poder sacar nada de mí, pese a estar asfixiándome.Duele. Como si fuese ayer que recibí la noticia. Sin un cuerpo, sin nada. Lo peor es que el tiempo sigue pasando, pero en estas cuatro paredes no se siente así, aquí congelo todo, sus recuerdos, su aroma, su voz… su cuerpo y cada cicatriz, tan suya como mía. Nikita está en cada rincón de mi mente, como una maldita sombra que no suelta. Su risa, afilada como un cuchillo, sus ojos verdes cortándome mientras apuntaba un rifle.La entrené para ser la Zmeyka, la asesina perfecta y en cada misión, en cada charco de sangre, nos encontramos. Su cuerpo contra el mío en almacenes fríos, sus gemidos en moteles de Kryvsk, su juramento de amor antes de partir a Voravia para matar a Lev Zaitsev.—Mi Skolvar—me decía, y joder, yo era suyo. Pero hace nueve meses, Varkov, nuestro Vodir,
LEV La casa huele a pan recién horneado, un aroma cálido que se cuela bajo la puerta del despacho como una mentira bien contada.Nunca imaginé mi vida así, con migas en la mesa y una mujer en la cocina, como si tuviera un hogar, una familia.Estoy encerrado aquí, con un vaso de whisky en la mano, el hielo derritiéndose lento, mientras trato de entender qué carajo estoy haciendo. O no entenderlo, sino acostumbrarme a verlo. No había que entenderlo, con vivirlo ya era suficiente.Nikita Petrova, jamás había conocido a ninguna otra mujer tan letal como ella, de hecho, hasta antes de conocerla debo admitir que subestimaba mucho a las mujeres, quizás por eso fue un golpe bajo saber que justo una mujer era la que me estaba poniendo contra las cuerdas.Esa misma mujer con las que tantas veces tuve pesadillas y a la que en tantas ocasiones observé en coma, esperando que abriera los ojos para ver si me contenía de estrangularla está allá afuera, horneando pan, sirviéndome en la mesa, calentand
NIKITAEl dolor es lo primero que siento, un latido sordo en la cabeza que me arranca de la oscuridad. Abro los ojos, y la luz blanca me quema, como si alguien hubiera encendido un reflector en mi cráneo.Estoy en una cama, una maldita cama de hospital, con una bata blanca que apesta a desinfectante. Mi frente está vendada, y hay tubos clavados en mi brazo que no sé qué demonios hacen allí.¿Qué carajo pasó? Mi cuerpo grita, pero mi mente es más rápida, aguda, despierta.Soy Nikita Petrova, la Zmeyka, y no sé dónde estoy.¿Dónde estoy?¡¿Dónde estoy?!Me arranco los tubos, el pinchazo apenas un susurro contra la furia que me quema. La venda en la cabeza me aprieta, pero no la toco; no hay tiempo para lamentos. Mis músculos recuerdan, tensos, listos, como si nunca hubieran olvidado quién soy. La habitación es estéril, paredes blancas, un monitor pitando como un metrónomo. Me deslizo de la cama, los pies descalzos contra el suelo frío, y agarro los tubos arrancados, enroscándolos en mi
LEVHabía salido a hacer una llamada luego de pasar toda la noche con Anya.El golpe en la cabeza fue más fuerte de lo que creí y luego de que cerró los ojos no volvió a reaccionar, teniendo que traerla al hospital. Esperaba que no fuera grave y no lo fue.Ahora lo que me preocupaba eran las pastillas… debía conseguir más, ya había investigo aquí en el hospital, pero… por lo visto estas pastillas salieron del mercado hace mucho tiempo.Ya había enviado a unos hombres al lugar donde el doctor tenía todas su cosas para ver si encontraban algo, pero no tenía muchas esperanzas de que fuese así.Ahora mismo las pastillas eran lo que más me inquietaban, aunque no sabía muy bien qué tiempo podía extender su uso en caso de que encontrara más.¿Era perjudicial? ¿Por qué la retiraron? ¿Qué daños causaba?La habitación 204 está al final, y cuando empujo la puerta, el caos me detiene en seco. Tres cuerpos en el suelo: un doctor, una enfermera, y ella. Anya. Mi Conejita. Pero cuando sus ojos se
LEVSabía que no iba a gustarme lo que el maldito doctor tenía que decir. Lo supe en cuanto lo vi entrar en la sala privada del hospital, con esa expresión de perro asustado y la carpeta temblándole en las manos.Me apoyé contra la pared, cruzándome de brazos, mientras mi mirada se desviaba apenas hacia la puerta cerrada del fondo. Anya estaba ahí. Amarrada.De no ser por las correas de sujeción, habría intentado degollarme ni bien despertó o eso fue lo que pasó en mi cabeza, apenas abrió los ojos la volvieron a sedar por orden mía.No era la muñeca rota que había mantenido a raya durante este tiempo, por lo que hasta que no tuviera un plan sólido no podía dejar que despertara.Era ella otra vez. La asesina que había venido a cazarme, la que me había seguido hasta el infierno sin pestañear.¿Quién se cree que es para despertar el infierno en el que la estoy sometiendo?—¿Qué tienes para mí? —gruñí, sin mucha paciencia.El doctor tragó saliva, ajustándose las gafas. Era un tipo de medi