En coma

LEV

Perdí la cuenta de las horas que llevaba sin dormir.

El hospital tenía ese olor agrio, mezcla de desinfectante y miedo. A veces lo confundía con el recuerdo de pólvora, de sangre fresca en los guantes. Había algo en el silencio de los pasillos que me carcomía más que las reuniones con criminales o las traiciones de los míos.

Llevaba tres cafés encima. O cuatro. Ya no hacía diferencia. Cada sorbo me sabía a nada.

Anya estaba en la habitación 17. Había dejado de gritar, pero no porque mejorara. Al contrario. Sus ojos, cuando se abrían, no veían. Murmuraba palabras sin sentido, algunas con tanta claridad que parecían dirigidas a mí, pero no lo estaban.

Hace nada dijo su nombre verdadero. Luego pidió un helicóptero. Luego lloró por alguien que no soy yo.

El tiempo se deshace como ceniza en este lugar, y mi cabeza es un maldito desastre. Anya está al otro lado de esa puerta, conectada a máquinas que zumban como avispas, y yo estoy aquí, con los ojos ardiendo, esperando a que alguien me
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