—¿De qué estás hablando? —Sebastián frunció el ceño, genuinamente desconcertado.
Melissa no respondió. Pero en ese instante, una nueva figura apareció en escena: Rodrigo, su esposo, que se acercaba con paso firme.
Karen, al verlos a los tres reunidos, sintió que se le prendía fuego el alma. Apretó los dientes, respiró hondo, y avanzó con paso decidido, como una loba que va al ataque.
—¿Tienes algo de vergüenza, Melissa Durance? —dijo con sarcasmo venenoso, alzando la voz—. ¿Ahora buscas a mi esposo como amante, cuando tienes un marido en casa?
El silencio fue absoluto. Rodrigo se detuvo.
Sebastián abrió los ojos con sorpresa. Melissa se giró con una expresión que oscilaba entre el horror y el asco.
—¿Qué acabas de decir? —preguntó Melissa, dando un paso al frente.
Karen no se contuvo. Quería hacer daño. Quería clavar la daga donde más dolía.
—Digo que te arrastras detrás de mi esposo, como una mujer desesperada. ¿No temes que tu hija descubra la clase de zorra que tiene como madre?
El