—¿¡Qué estás haciendo!? —espetó Karen, avanzando hacia Melissa como si pudiera detener lo inevitable.
Melissa no se inmutó. Su expresión era firme, su mirada encendida de determinación.
Esa clase de fuego que solo enciende la verdad.
—Lo que tú nunca tuviste el valor de hacer —respondió con voz clara y poderosa—: decir la verdad. Aquí y ahora.
Los murmullos del público estallaron como un enjambre agitado. Periodistas se acercaban con las cámaras en alto. Los jueces intercambiaban miradas tensas. Las participantes, algunas aún con la esperanza intacta, otras resignadas, guardaban silencio, presas del asombro.
Melissa sacó su teléfono, con manos que no temblaban. Lo conectó a la pantalla central del evento, y con apenas un toque, la imagen lo dijo todo.
Ahí estaba Karen, en una sala privada, reunida con el juez Corso. Su rostro captado con claridad, su voz nítida:
“Califícala con una nota perfecta… y arruina la de Dianella Zander.”
Luego, el sonido del bolígrafo firmando un cheque. Medio