Iker llevó a Asha hasta su auto.
Intentó colocarla en el asiento trasero, pero Asha luchó con torpeza, sus movimientos eran descoordinados, pero la intención era clara: quería escapar de él.
—¿Iker? ¡No… no! —murmuró, jadeando—. No te quiero cerca…
Logró empujarlo y corrió, pero apenas dio unos pasos. Él la alcanzó y la arrinconó contra la pared del estacionamiento.
La sostuvo por los hombros y, sin darle espacio, la besó. Un beso desesperado, sin alma, cargado de culpa y obsesión.
Pero esta vez, el calor que su cuerpo irradiaba no tenía nada que ver con el deseo. Era furia. Era asco. Era memoria.
Asha se separó, escupiendo con rabia el sabor de su pasado.
—¡No! ¡No vuelvas a tocarme! —gritó, dándole una bofetada que retumbó como un trueno—. ¡Me das asco!
—¡Asha, tú me amas! —rugió Iker, como un niño caprichoso que no acepta perder.
—No te amo más. Incluso drogada, no podría amarte jamás. Ni tu rostro ni tus palabras me devuelven lo que destruiste.
A unos metros de distancia, Bruno l