Melissa y Rodrigo cruzaron los pasillos del hospital con el corazón en un puño.
El ambiente estéril, el murmullo de las máquinas, todo les parecía más frío ese día. Al doblar la esquina, vieron a su hija. Estaba de pie, con la mirada firme, pero los ojos cargados de decisiones difíciles.
Melissa corrió a ella sin pensarlo y la envolvió en un abrazo largo, apretado, lleno de temor y orgullo al mismo tiempo.
—Hija… —susurró con la voz entrecortada—. ¿Qué vas a hacer?
Dianella tragó saliva. La respuesta ya no dolía, pero aún pesaba.
—Voy a donar a Sebastián Ocampo —dijo con firmeza.
Rodrigo y Melissa se miraron en silencio. Había asombro en sus rostros, pero también algo más profundo… un respeto implícito por la decisión de su hija.
—Mami… —Dianella le tocó el brazo con dulzura—. ¿Me das un momento a solas con papá?
Melissa asintió sin decir palabra. Acarició el rostro de su hija una vez más y se alejó lentamente, dándoles ese espacio íntimo que ambos necesitaban.
Rodrigo y Dianella se se