En la convención.
El bullicio de la gente comenzaba a diluirse en el aire conforme el evento llegaba a su fin.
Dianella, con la sonrisa elegante, saludaba a los últimos asistentes y concursantes que la felicitaban. Iba a marcharse, satisfecha y serena, cuando de pronto una sombra se cruzó en su camino.
Era ella.
Elen, con los ojos llenos de veneno, se plantó frente a ella como una amenaza disfrazada de mujer.
Dianella no se movió. Solo la miró, con ese brillo afilado en los ojos, esa joven no le gustaba nada, la detestaba, pero quiso contenerse.
—¿De verdad crees que te mereces ser finalista? —soltó Elen con una voz cargada de desprecio, lo suficientemente fuerte como para que los que aún quedaban comenzaran a girarse—. Esto es solo un capricho barato. Pero no vas a ganar, ni lo sueñes. Tú no te comparas conmigo, ¡bastarda!
El golpe no vino de una mano. Fue esa palabra.
Bastarda.
Esa palabra rasgó el aire, el silencio, el alma. Como una bofetada pública antes de la verdadera.
Y entonce