Aquel beso, inesperado y urgente, se convirtió en fuego al contacto de sus labios.
Era salvaje, tembloroso… lleno de una pasión fuera de lugar. Por un segundo, Thomas se congeló, pero de inmediato la razón lo sacudió con fuerza.
Con las manos firmes, la apartó con delicadeza, respirando agitado.
—¡No! —murmuró, casi en un susurro ahogado.
El corazón le golpeaba el pecho con violencia. Su mirada bajó, encontró sus labios entreabiertos, su expresión soñadora… y entonces, lo entendió todo.
Sus ojos, brillosos, dilatados. Su piel caliente. Su risa nerviosa.
—Dianella… —dijo, con un tono quebrado—. Estás drogada…
Ella ladeó la cabeza, como si sus palabras no tuvieran peso. Una carcajada suave escapó de su garganta mientras intentaba volver a abrazarlo.
—¿Y qué? ¿Eso significa que no te gusto?
Sus manos se deslizaron torpemente hacia los tirantes de su vestido. Intentó quitárselo, con torpeza y deseo embriagado.
Pero él se apresuró, tomándola de las muñecas con firmeza.
—¡No! —repitió, alar