—¿Qué? ¿Estás hablando en serio, papá? ¡Ni siquiera conozco a ese hombre! ¡Esto es una locura! —¿Cómo esperas que me case con alguien a quien nunca he visto en mi vida? ¡Esto es un matrimonio de conveniencia! Leonardo, que se ha enamorado de su gentil y bondadosa novia Valeria, se ve obligado por orden de su padre a abandonar a su amada y casarse con una familia rival como forma de salvar el negocio familiar de una quiebra inminente. Isabella, por su parte, no está dispuesta a ser utilizada como instrumento en la guerra empresarial, y está deseosa de tomar las riendas de su propia vida. Sin embargo, mientras capean juntos el temporal, los dos van desarrollando un afecto incontrolable el uno por el otro, lo que hace que el contrato matrimonial, que en un principio era sólo una cuestión de intereses, se llene de complicados conflictos emocionales. A medida que el conflicto se agrava, Leonardo e Isabella se enfrentan a una elección: ¿Continuarán siguiendo los límites de los intereses de su familia, o perseguirán valientemente el amor verdadero?
Leer másCapítulo 110: Epílogo - "El Inicio de Una Nueva Historia"Habían pasado nueve meses desde los sucesos que marcaron el destino de las familias Montiel, Solmenares y Santamaría. La tranquilidad había comenzado a asentarse sobre la vida de Isabella, quien, con su embarazo ya en el último mes, se encontraba en la sala de la casa de sus padres, sentada entre cojines y sobando tiernamente su abultada barriga. Frente a ella, sus padres, Don Samuel y Doña Rosa, compartían una tarde de calma, con una leve brisa entrando por los ventanales de la vieja pero elegante mansión de los Salvatierra.Don Samuel, con la mirada fija en su hija, rompió el silencio:—Hija, ¿qué pasó finalmente con Santamaría? Después de todo lo sucedido, nunca lo denunciaron.Isabella deslizó su mano sobre su vientre, como si la acción le diera fuerza. Su mirada fue serena pero firme:—Bueno, papá, la verdad es que doña Victoria no quiso que lo denunciáramos. Ella insiste en que todo lo que pasó fue consecuencia de un secr
Leonardo y Andrés seguían conversando sobre los pendientes de la empresa cuando la secretaria interrumpió discretamente con un leve golpeteo en la puerta entreabierta.—Señor Montiel, disculpe que lo interrumpa, pero hay alguien que quiere hablar con usted —dijo ella con voz respetuosa.Leonardo levantó la vista del informe que estaba leyendo y frunció el ceño. Andrés también dejó lo que estaba haciendo y lo miró con curiosidad.—¿Quién es? —preguntó Leonardo, reclinándose en su silla, presintiendo que la respuesta no le agradaría.—El señor Santamaría —respondió la secretaría.Leonardo se llevó las manos al rostro. Cerró los ojos por un instante, como si el solo nombre lo hubiera herido profundamente. Andrés lo observó y sugirió:—Es mejor que hables con él de una vez por todas.—No... Andrés, no quiero verlo —dijo con voz temblorosa—. Mi madre sufrió mucho por su culpa, y ahora pretendo que yo lo acepte como mi padre. ¡Jamás! Lo odio, Andrés.Andrés puso una mano en su hombro y habl
El sol apenas se filtraba por las cortinas cuando Leonardo abrió los ojos con lentitud. La brisa matutina acariciaba el rostro de Isabella, quien aún dormía con una expresión de paz que le erizaba la piel. Leonardo se incorporó con cuidado, procurando no despertarla. Se levantó con sigilo y entró al baño, cerrando la puerta tras de sí.La ducha tibia relajó sus músculos. Mientras el agua corría por su espalda, sus pensamientos divagaban entre el presente y los recuerdos de la noche anterior. Se sentía pleno, como si una nueva etapa estuviera comenzando. Al salir, tomó una toalla y secó el cabello con movimientos lentos.Isabella se quitó entre las sábanas y abrió los ojos lentamente. Al ver que Leonardo ya estaba listo, preguntó con voz suave:—¿Vas a la empresa?—Sí, amor —respondió Leonardo mientras se ponía el pantalón.Isabella se levantó, se colocó la bata de satén y se acercó a él para ayudarlo a ponerse la camisa. Sus dedos abotonaban uno a uno los mientras botones sus miradas
Leonardo se quedó inmóvil por un momento, observando el lugar donde, segundos antes, Valeria había desaparecido. El portón aún se balanceaba con lentitud tras haberse cerrado. El silencio de la calle lo envolvía, como si hasta el viento se negara a interrumpir sus pensamientos. Metió las manos en los bolsillos de su pantalón y caminó despacio, con la mirada clavada en el suelo, el ceño fruncido por una mezcla de culpa, confusión y un dolor punzante en el pecho.Nunca imaginó el daño que podía haberle causado a Valeria. Sus palabras aún resonaban en su mente: “Me alié con Santamaría porque necesitaba hacerte daño... porque tú me lo hiciste primero”. La amargura que había en su voz no era de una mujer que odiaba, sino de una que seguía amando a pesar del veneno en su corazón. A cada paso, Leonardo sentía que una parte de él se iba quebrando.Cuando llegó a la puerta principal, la empujó con lentitud y entró a la casa. La calidez del hogar contrastaba con el frío que traía dentro. Allí,
El sol de la tarde se deslizaba entre las ramas de los árboles del jardín Montiel, proyectando sombras suaves sobre el sendero empedrado. Leonardo e Isabella caminaban tomados de la mano, en silencio, disfrutando del aire tibio y del simple placer de estar juntos. La tranquilidad del momento fue interrumpida por el chirrido lejano de los portones abriéndose. Ambos se detuvieron y giraron la vista justo cuando un auto blanco ingresaba lentamente a la propiedad.Leonardo frunció el ceño. Isabella lo miró, sabiendo ya de quién se trataba. El auto se detuvo y, tras unos segundos, Permaneció sentada al volante, respirando hondo. Al ver a Leonardo e Isabella juntos, una lágrima brotó de sus ojos, pero rápidamente la secó con la palma. Era un momento que había temido y, al mismo tiempo, buscado.Leonardo apretó levemente la mano de Isabella.—Creo que tengo que hablar con ella —murmuró.Isabella asintió, forzando una sonrisa que no alcanzó a sus ojos.—Sí, lo sé. Además, ella... ella esperab
Había pasado un mes desde aquel terrible incidente que casi le cuesta la vida a Leonardo. El sol brillaba con intensidad sobre los jardines de la casa Montiel, donde Leonardo se recuperaba bajo el cuidado constante y amoroso de Isabella. La brisa era suave, y los pájaros trinaban entre los árboles, como si el mundo hubiera decidido tomar un respiro junto a él.Leonardo trotaba a paso lento, pero constante, bordeando los senderos de piedra entre las flores. Su rostro ya no estaba demacrado, y la fuerza volvió, poco a poco, a sus piernas. Isabella lo observaba desde la terraza, con una sonrisa que no podía ocultar. Verlo así, vivo, sano, era su mayor alegría.—Eres un milagro —susurró para sí, con los ojos brillantes.Leonardo se acercó a ella, con el rostro perlado de sudor y una expresión serena.—¡Buen día, enfermera personal! —dijo bromeando, mientras se inclinaba para besarla suavemente.Isabella le acarició el rostro con ternura.—¿Eres feliz conmigo? —preguntó él, con la voz baja
Los pasillos del hospital estaban envueltos en un silencio apenas interrumpido por el suave pitido de las máquinas de monitoreo. Santamaría caminaba con paso firme, pero con el rostro marcado por la tensión. Sus ojos, oscuros y hundidos, reflejaban una mezcla de preocupación y culpa que lo acompañaba desde la noche anterior.Se detuvo frente al área de información y se dirigió a una de las enfermeras con voz grave.—Disculpe… ¿Podría decirme cómo sigue el señor Leonardo Montiel?La enfermera, joven y amable, lo miró con curiosidad, hojeando rápidamente una carpeta electrónica.—Leonardo está estable. Todavía bajo observación, pero responde bien al tratamiento. Sufrió algunas contusiones y golpes, pero no hay daños internos de gravedad. Estuvo sedado, pero en cualquier momento lo trasladarán a una habitación —explicó con serenidad.Santamaría avanzaba lentamente, pero su mente apenas procesaba las palabras. Sentía un nudo en el estómago. Su respiración se agitó brevemente cuando, al gi
Mientras tanto, en la sala de espera, Samuel regresó con café para todos. El aroma tibiamente amargo del grano recién preparado pareció aliviar, aunque fuera un poco, la tensión que impregnaba el ambiente. Isabella se acercó a Victoria y la abrazó con ternura, sintiendo el temblor contenido en el cuerpo de la mujer que, pese a todo, mantenía la entereza.—Todo saldrá bien, señora Victoria. Ya Leonardo salió del peligro. Solo toca esperar que se recupere, y lo tendremos en casa muy pronto —dijo Isabella con voz suave, intentando transmitir calma.Victoria le devolvió el gesto, acariciándole el rostro como si fuera su propia hija.—Gracias, hija... gracias por tus palabras.La familia se unió a ese abrazo, fortaleciéndose unos a otros con la esperanza y el amor que los unía, más allá de las heridas y los rencores del pasado. Fue entonces cuando una enfermera se acercó, interrumpiendo con voz amable pero firme:—Pueden pasar a ver al paciente. Traten de no hacer mucho ruido, por favor.—
La sala de espera del hospital estaba sumida en un silencio tenso, apenas interrumpido por los pasos nerviosos de Isabella, que caminaba de un lado a otro sin poder quedarse quieta. Sus manos se entrelazaban, se soltaban, volvían a buscarse. Sus ojos, cargados de angustia, no dejaban de mirar hacia la puerta de quirófano, como si con solo desearlo pudiera ver a través de ella.Victoria, sentada en un rincón, rezaba en silencio, con las manos unidas y los labios murmurando plegarias que solo ella podía escuchar. Mario estaba a su lado, tomándole la mano, sin decir nada. La acompañaba en su oración, en su fe, en su miedo.Santamaría, apoyada contra una pared, tenía la mirada clavada en el suelo. Su rostro, duro y marcado por los años y las decisiones equivocadas, ahora lucía vulnerable. Nadie podía negar que estaba destrozado. Rosa y Samuel, sentados juntos, veían a su hija con profunda preocupación, sin saber cómo calmarla.—Hija —dijo Rosa con suavidad, levantándose y acercándose a Is