La pregunta quedó suspendida en el aire, flotando como un cristal a punto de romperse con el más leve suspiro.
Bruno la miró, y en sus ojos había algo más que asombro. Había desgarro. Era como si cada una de sus entrañas se contrajera de golpe, como si el universo se hubiese detenido justo antes de desplomarse sobre ellos. Su garganta se cerró. Las palabras no salían. Solo la veía… y dolía.
Asha apartó lentamente la mirada del médico, como si necesitara anclarse a una realidad menos cruel. Buscó los ojos de Bruno con urgencia.
Estaban llenos de preguntas que ni siquiera ella sabía formular. Confusión, devastación… y miedo. Un miedo visceral, profundo, animal.
—¿Un bebé? —susurró, y su voz era tan frágil que parecía romperse con cada letra—. ¿Yo tenía un bebé… dentro de mí?
Su cuerpo se estremeció. Una ola de dolor atravesó su pecho como un cuchillo, abriéndola en dos.
Las lágrimas, antes contenidas, se soltaron de golpe, como una represa rota. Cayó en llanto, sin dignidad, sin reserva