Los meses avanzaron como si el tiempo intentara curar las heridas, pero cada día traía consigo un nuevo reto para Ellyn.
Desde que se fue, se había refugiado en un mundo ajeno, uno donde el nombre “Durance” no tenía peso.
Donde podía despertar sin miedo a traiciones, sin los ojos de Federico, juzgándola con ese frío que tanto le dolía. Pero ese día… ese día era diferente.
Estaba acostada en la camilla del consultorio, con la bata abierta sobre su vientre.
El gel frío sobre su piel la hizo estremecerse, pero fue el latido rítmico, suave y fuerte a la vez, lo que le robó el aliento. Su propio corazón latía con fuerza, emocionado, ansioso… pero ese otro latido, ese eco de vida dentro de ella, era distinto. Era la promesa de algo nuevo.
Las lágrimas le llenaron los ojos incluso antes de ver la imagen en la pantalla.
Pero ahí estaba: pequeña, bien formada, con esos bracitos tan diminutos que parecían moverse saludándola.
—Es una niña —dijo el médico con una sonrisa cálida.
Ellyn se llevó u