Ellyn se sujetó del lavamanos con ambas manos.
El mármol frío apenas lograba calmar el ardor que le subía desde el estómago.
Vomitó de nuevo, con un espasmo violento que le hizo caer lágrimas involuntarias.
Era la cuarta vez esa mañana. Su cuerpo ya no tenía nada que expulsar, y, sin embargo, el malestar seguía ahí, incontrolable.
Cuando por fin se recompuso, abrió el grifo y se enjuagó la boca con manos temblorosas.
Luego, se lavó el rostro, intentando borrar no solo el sudor, sino también el miedo que la acompañaba desde que supo la verdad: estaba embarazada.
Se miró al espejo. Tenía que retocar su maquillaje, ocultar las ojeras, disimular el temblor en su barbilla. No podía permitirse debilidad. No ahora.
Cuando salió del baño, se sobresaltó al encontrar a Sebastián esperándola en la puerta, con el ceño fruncido, visiblemente preocupado.
—¿Estás bien? —preguntó con suavidad.
Ellyn asintió, pero su gesto fue más un intento de autoprotección que una verdadera afirmación.
—Sí, Sebastiá