Varios meses después.
Ellyn mal dormía en aquella cama del centro de la ciudad de París, en un departamento elegante, frente al río Sena.
Soñaba con él.
Eran de nuevo dos niños jugando en los jardines de la casa de campo.
Entonces, Federico corrió hacia ella, tomaba su mano y se arrodilló ante ella.
—Por favor, perdóname.
Ahora ya no era un niño, sino el adulto.
—Serena, por favor, te lo ruego, vuelve a amarme.
Serena despertó. Sintió un dolor que la partía, su cama húmeda.
—¡Mi bebé, va a nacer!
Había roto la fuente.
Llamó a una ambulancia.
Ese día, a las doce del día, dio a luz a la pequeña Asha, y Ellyn juró que le daría una vida hermosa, con padres que la amaran.
«Juro que encontraré a tu padre y te amará. Crecerás con papá y mamá. No serás una huérfana como yo.»
***
Tres años después
El murmullo constante del aeropuerto no lograba opacar el latido acelerado del corazón de Ellyn.
Su hija, Asha, dormía apoyada sobre su hombro, abrazando su pequeño peluche desgastado por los años.
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