Un mes después.
El tiempo había pasado arrastrando los días como si fueran cadenas oxidadas.
Y aunque el mundo parecía continuar su marcha indiferente, para Federico todo se había detenido desde que Ellyn desapareció.
Ni un mensaje. Ni una pista. Nada.
—¡No es posible! —golpeó la mesa con la palma abierta, haciendo temblar los papeles frente al investigador privado—. ¡No pudo habérsela tragado la tierra! ¡Ellyn tiene que estar en algún lado!
El investigador dio un leve salto en su asiento. Sudaba, inquieto.
Tartamudeó una excusa, pero Federico apenas lo escuchaba. Su mente era un torbellino. La impotencia lo corroía por dentro como una enfermedad invisible.
Fue entonces cuando la puerta se abrió con fuerza, y Melissa entró. Estaba pálida como la nieve, los labios le temblaban.
—¡Federico! —jadeó, llevándose la mano al pecho—. Es mamá… llamó desde la clínica. Está muy grave, dice que… que se está muriendo. Nos pidió que fuéramos a verla. ¡Ahora!
Federico sintió que el corazón le caía a