Pero no fue él quien disparó.
El sonido del disparo retumbó como un trueno en medio de la noche.
Un instante después, el hombre que amenazaba a Ellyn cayó de espaldas, con un agujero sangrante en la frente.
Su cuerpo golpeó el suelo con un estruendo sordo, la sangre brotando como un oscuro río silencioso.
Ellyn gritó y por puro instinto abrió los ojos y miró la escena tétrica ante ella, lanzó un alarido lleno de pánico, de espanto, de incredulidad.
Sus piernas se negaban a moverse, su cuerpo entero temblaba como una hoja expuesta al viento helado.
Se llevó las manos a la boca, ahogando sollozos, mientras su pecho subía y bajaba frenéticamente.
Todo en su interior le gritaba que corriera, que huyera… pero no podía, estaba casi paralizada.
Desde la penumbra, una silueta emergió. Era una figura alta, decidida, que corrió hacia ella.
Ellyn trató de retroceder, pero sus rodillas no le respondían. Entonces, unas manos firmes, pero cálidas, la tocaron con suavidad.
—¡Ellyn! —dijo la voz desc