Ellyn miró al abogado con los ojos desorbitados, como si acabaran de arrancarle el alma. Su voz salió quebrada, entrecortada por el temblor que recorría su cuerpo.
—¡Eso no puede ser!
Su grito resonó como un eco herido en toda la sala. El abogado se inclinó hacia ella, susurrando con voz contenida:
—Por favor, señora Rezza, mantenga la calma...
Pero Ellyn ya no oía con claridad.
El suelo bajo sus pies parecía desvanecerse, como si el mundo entero se derrumbara en cámara lenta.
El juez golpeó con fuerza el martillo sobre la mesa, el estruendo hizo estremecer incluso a los presentes que habían guardado silencio todo el juicio.
—Hemos terminado esta audiencia por hoy. Mañana definiremos los temas de pensión alimenticia y la custodia legal de la menor.
Y con eso, se levantó y se marchó, dejando tras de sí una tensión que cortaba el aire.
Ellyn seguía sentada, inmóvil, como si le hubieran robado la voluntad. Su piel, habitualmente sonrosada, ahora era tan pálida como la nieve recién caída.