—¿Tú… tú me salvaste del secuestro? —exclamó Ellyn con una mezcla de sorpresa, rabia y confusión, dando un paso hacia atrás, como si temiera la respuesta.
Federico asintió en silencio. Su mirada no tembló, pero su rostro reflejaba culpa.
—¿De verdad creíste que te abandonaría a tu suerte? —su voz se quebró levemente—. Me equivoqué al elegir a Samantha. Lo sé. Estaba cegado por el rencor, por el orgullo. No pensé con claridad. Apenas la dejé, volví con mis hombres… por ti. Para salvarte. No pude dejarte allí. ¡No podía!
Ellyn lo miraba sin pestañear. Cada palabra era como una daga que se clavaba en lo más profundo de su corazón.
—Te llevé conmigo… pero estabas tan mal. Y lo siento. No debí… —trató de acercarse, pero ella retrocedió con una mirada dura—. Te deseaba. Lo anhelaba desde hacía tanto. Me amabas y yo… también te amaba. Pero no lo hice bien. Me equivoqué.
La palma de Ellyn chocó con fuerza contra su rostro. Un golpe seco, rotundo, lleno de furia contenida.
—¡No tenías derecho