Al día siguiente, apenas pudieron dormir, Ellyn tuvo pesadillas que solo la inquietaron más.
Ellyn despertó con el murmullo, con la luz colándose en la ventana, el olor cálido del pan recién tostado y el dulce aroma de manzana que siempre le recordaba a su infancia.
Federico entró con una bandeja en las manos.
Fruta fresca perfectamente cortada, pan con mantequilla derretida, huevos revueltos con queso y su jugo favorito, jugo de manzana.
Ella lo miró y sonrió, con ternura, con amor, pero también con un dejo de tristeza imposible de esconder.
—Siempre sabes cómo cuidarme —dijo, su voz apenas un suspiro.
Federico se sentó a su lado y le acarició el cabello con ternura.
—Siempre lo haré, Ellyn. Eres mi todo. Pase lo que pase.
Comieron en silencio por un rato. Un silencio que no era incómodo, sino pesado. Como si cada bocado estuviera acompañado de una pregunta sin respuesta, de un miedo que crecía con cada segundo.
Finalmente, Ellyn dejó los cubiertos sobre el plato y levantó la vista.