Melissa miró la pantalla del teléfono con el ceño fruncido y una opresión que le apretaba el pecho.
Un mal presentimiento se deslizaba como una sombra por su espalda.
Estaba en la habitación del hotel, sentada al borde de la cama, con las sábanas todavía desordenadas por la noche que había compartido con Sebastián.
Pero el calor de esos recuerdos no bastaba para disipar la inquietud.
No recordaba con claridad cómo habían llegado ahí, solo sabía que se había dormido abrazada a él, con el cuerpo agotado pero el alma tranquila. Hasta ahora.
—¿Sucede algo? —preguntó Sebastián al salir del baño, con el torso desnudo, una toalla envuelta en la cintura y el cabello mojado goteando sobre su pecho.
Melissa tardó un segundo en contestar. Tragó saliva.
—Es mi abuelo… quiere que regresemos. Dice que pasó algo. Algo malo.
Sebastián frunció el ceño, inquieto.
—¿Te dijo qué pasó?
—No, solo insistió en que volviera. Su mensaje fue tan extraño, Sebastián… —bajó la mirada—. Sonaba como si algo dentro d