Cuando el doctor llegó, la expresión de su rostro era serena, pero profesional.
Se acercó a Ellyn con cautela, revisó sus signos vitales, examinó sus pupilas y luego le dirigió una mirada que parecía esconder algo más profundo.
—Señora, ¿ha tenido algún retraso menstrual últimamente?
Ellyn parpadeó, todavía aturdida.
Las luces blancas del hospital le hacían doler la cabeza, pero la pregunta del doctor atravesó el mareo como una flecha directa al pecho.
Abrió los labios para responder, pero al principio no salió ningún sonido. Cerró los ojos. Entonces lo recordó.
Un silencio interno la estremeció. Hacía una semana que no le llegaba el período.
Y ella siempre era exacta, como un reloj. Nunca fallaba. Y no, no había sido por estrés. Ni por cambios hormonales. Algo dentro de ella lo supo de inmediato.
—Yo… tengo un retraso. Aproximadamente una semana —confesó, su voz era apenas un susurro.
El doctor asintió con calma y sacó una prueba de embarazo de su maletín.
—¿Qué le parece si despejam